Ha merecido la pena irse hasta el quinto pino
María me regaló una planta enorme el 23 de enero, justo el día que cambio de piel cada año. Me regaló una planta que Rosa cuando viene a casa, dice que es de la Palma. Una planta que mis perras huelen porque es algo nuevo que reina en el salón. Es una planta que se inclina hacia la ventana los días de sol y yo la voy girando para que vire y no se caiga. Tengo una planta que tiene una presencia absoluta en mi casa. Reina por encima de mis perras y de mi. Hemos quedado como actrices de reparto a su lado. Quizá la casa ya es de ella en realidad.
Las plantas me dan miedo porque pienso que nunca sabré si crecen demasiado y la maceta será pequeña y se ahogarán en sus propias raíces y todo será culpa mía. Ahora la miro, porque ahora es mía y yo de ella. Y no quiero que se ahogue en sus propias raíces.
Me siento orgullosa de que mis dos perras sigan vivas, sean felices y estén sanas. Y ahora está ella. Ahora cuido de tres.
Por la tarde voy a un cine lejano, primero en metro y luego en tren. Es el único cine que proyecta Memorias de un Caracol en versión original. Y en esta ocasión esto es importante. Buscad la ficha del reparto y lo entenderéis.
La emoción previa es tal, que mi amiga Paula y yo sonreímos como si fuésemos drogadas de galletas de marihuana. He comprado palomitas dulces y un refresco, a pesar de no ser yo aficionada a estos rituales y de llevar una botella de agua en el bolsillo. Siempre la llevo, porque aunque no tenga sed, el no llevarla me hace sentir que moriré deshidratada en algún momento y me desmayaré.
Mi cabeza funciona a toda velocidad, pienso que necesito concederme todos los lujos posibles, todos los caprichos al alcance. Algo que signifique una celebración previa a Memorias de un caracol.
La película ha acabado. Y nadie se ha movido de su asiento. Somos apenas nueve personas. Nos miramos, de nuevo con sonrisa atontada. Más oscura que la peli más oscura de Tim Burton. Rodeada de tragedia y de luz. Libros y resiliencia. Es cruel y cruda. Es una historia para adultos. Llevaros a vuestros adultos y dejad a los niños.
Regresamos en el tren y luego en el metro, borrachas de caracoles. Y al rato de despedirnos, me llega un mensaje de Paulita:
No paro de pensar en ella, ha merecido la pena irse hasta el quinto pino.
Fotogramas de Memorias de un Caracol.